Casada con un marplatense, con quien tuvo tres hijas, Matilde Ruiz vive en la ciudad desde hace más de doce años. Su historia, que parece sacada de alguna novela de ficción dramática, engloba temas como la inmigración y la adopción ilegal, y personajes como las Abuelas de Plaza de Mayo y una vecina de la infancia, la punta del hilo que la llevó a la verdad.
Por Julia Van Gool
Corría el año 2012. No recuerda qué día, pero sí que hacía frío y que había estado paseando por la peatonal San Martín, haciendo algunos mandados y chusmeando de reojo algunas de las tantas vidrieras que se ordenan, una atrás de otra, en ese sector de la ciudad. En algún momento de ese día y ese paseo, quizás cuando sacó la billetera para pagar el kilo de pan con el que volvió esa tarde a su casa en el barrio El Gaucho, o cuando se agachó a acomodar la campera a alguna de sus dos hijas, o cuando se subió al colectivo 523 haciendo malabares entre cartera, bolsas y celular, su documento de identidad, que llevaba el nombre ruso -su nombre- Migde S.V, se cayó, se perdió, no apareció más.
A diferencia de lo que comúnmente ocurre después de perder un DNI (trámites en el Registro de las Personas, desembolso de dinero para la obtención del nuevo plástico, cierta demora hasta la llegada del nuevo ejemplar), lo que le ocurrió después a la protagonista de esta historia escapa a toda previsión posible: descubrió que su nombre era en realidad Matilde Ruiz, que sus padres biológicos no eran quienes la habían criado y que a la historia de su vida le faltaban algunos detalles.
Impulsada por el deseo de contarlo todo, y aconsejada por la abogada de la Casa de Justicia que llevó su causa, Matilde se reunió con LA CAPITAL para contar un recorrido a la verdad que llevó más de seis años y recién hace unas semanas alcanzó algo parecido a una “cierre” con la autorización de un juez para rectificar las partidas de nacimiento de sus hijas. En esos documentos aparecía el nombre de una mujer que no sólo no era ella, sino que no existía.
Sin los condimentos de la falsa identidad, la historia de Matilde es de por sí interesante. Sus recuerdos inician en Brasil. Primero en Pelotas, una localidad al sur del país vecino donde solo estuvo un par de años, y luego Copacabana, donde transcurrió gran parte de su infancia junto a su padre brasileño y madre rusa. Su historia también incluye un paso por un aeropuerto a los siete años de edad, que lo recuerda conflictivo pero sin mayores detalles, y una estadía por un poco más de un año en un pueblo campestre de Rusia. La próxima vez que tomó un avión, no volvió a Brasil: llegó a Argentina.
Ya en el país, y con apenas nueve años, Matilde recuerda pasar sus días entre San Miguel del Monte y San Bernardo. Sin amigos, sin grandes espacios de sociabilización. “Siempre arriba de colectivos o trenes”, asegura, en un café que compartió con LA CAPITAL. Ella asegura que su escolaridad fue nula. Tantos viajes la mantuvieron lejos de las aulas tradicionales y solo se acercó a los contenidos básicos a través de clases que eventualmente tenía en su casa.
Una mala relación con sus padres y una sospecha que fue creciendo al mismo tiempo que ella lo hacía, la llevó a intentar escaparse dos veces en su adolescencia, aunque en ambas terminó volviendo a su hogar a las pocas horas. La tercera, en cambio, fue la vencida. Y fue, también, cuando llegó a Mar del Plata. En uno de los tantos viajes que había hecho con sus padres por la Provincia, había conocido La Feliz y se había enamorado de su costa, de su mar, de su puerto. El puerto. Fue justamente ahí adonde fue cuando llegó a la ciudad con 17 años.
Matilde Ruiz.
A sabiendas que la relación con sus padres ya estaba rota y debía valerse por sí sola, fue a buscar a una conocida de la familia a la que siempre visitaban cuando pasaban por Mar del Plata. Allí vivió ocho meses y consiguió trabajo en La Campagnola, donde se hizo amiga de una compañera con la que decidió mudarse, abaratando los costos de la independencia. Con ella viviría dos años, hasta que a los 19 conoció a Javier Sandoval, un joven marplatense que tiempo después sería su esposo y el padre de sus tres hijas Milagros (11), Guadalupe (9) y Sofía (6). Será, también, quien la impulse en la búsqueda de su verdadera identidad.
Es 2012 y hace frío. Matilde llegó a su casa hace un rato, pero solo cuando fue a revisar cuánto dinero le había quedado después de una tarde de mandados en el centro se percató que no estaba su DNI. Qué pena, pensó, aunque la pérdida no fue un problema hasta el año siguiente.
Sin tarjetas o trámites por los que presentar documentación, no fue hasta el año siguiente que Matilde quedó embarazada de su tercera hija que decidió recuperarlo. “No quisieron inscribir a mi hija porque yo no tenía mis documentos. Entonces fui a la Dirección Nacional de Migraciones de acá de Mar del Plata para hacer el trámite y me dijeron que tenía que ir a la embajada de Brasil, en Buenos Aires”, cuenta hoy, seis años después. El costo del viaje era difícil de afrontar, pero entendía que el trámite debía hacerse. Así que mientras su marido quedó al cuidado de sus dos hijas, Matilde tomó un colectivo con dirección a Capital con su bebé recién nacida.
En la embajada empezó el torbellino del que iba a costar mucho tiempo, dinero y sacrificio salir.
“Yo estaba ahí, esperando, y pensaba ‘por qué tardarán tanto’. Pero después me llamaron a un costado y me dijeron que habían revisado todo y que mi nombre y DNI no existían. Les dí, entonces, el nombre de mi padre, que sí aparecía pero no tenía registrado ningún hijo”, explica Matilde. Hoy recuerda la incertidumbre invadió su cuerpo. También el temor.
“Me tuvieron retenida un tiempo en la embajada, me dijeron que me iban a ayudar. Yo no entendía nada, entonces pedí el teléfono y llamé a mi casa de Montegrande. Desde que me fui, hacía más de siete años, solo había hablado un par de veces por teléfono con mi madre. Pero cuando llamé esa vez no me atendió ella, sino una señora a la que yo llamaba ‘tía’ (a todas las mujeres que aparecían en la casa yo las llamaba ‘tía’), que me dijo algo increíble: que mi mamá estaba internada en Buenos Aires, muy grave. Me pasó la dirección y fui derecho para el hospital”. La realidad, una vez más, superaba la ficción.
Esa fue la única vez que la madre de Matilde vio a alguna de sus nietas. Sofía tenía solo un par de meses, cuando en una habitación de hospital, su mamá se enteraba de la boca de quien la había criado que había sido adoptada.
“Me acuerdo que le dije ‘Vine a saber qué pasa con mi documento. No existo’. Y ahí me dijo ‘no sos mi hija’. Y como realmente no podía hablar por su estado de salud, me dijo que intente contactarme con una vecina que teníamos en Copacabana, que ella me iba a contar de donde era”. Ahí empezó un recorrido que hoy define como “eterno”.
Desde entonces dedicó tiempo y dedicación en contactar a la mujer brasileña que se le fue presentada como la única capaz de revelarle su verdad. Sin lograr un contacto inmediato, escribió a la página de Facebook de Abuelas de Plaza de Mayo y encontró en ellas una primera mano que se extendió para dar una ayuda.
“Me pagaron uno de los pasajes de un segundo viaje que tuve que hacer a Buenos Aires para seguir con las averiguaciones en la embajada”, cuenta y agradece hoy. Sin embargo, dado que su historia no está enmarcada en la expropiación de bebés de la dictadura argentina, la llegada a su verdad seguía estando en manos de esa vecina de la infancia, a la que buscó por años y finalmente encontró, en 2017, gracias a las redes sociales y los insistentes llamados a números que su madre adoptiva había accedido a facilitarle.
“Un día logré hablar con ella. Estaba sorprendida por mi llamado, pero me contó parte de mi historia. Me confirmó que yo había sido adoptada cuando era chiquita, en un pueblo de Paraguay que se llama Itapúa, y también me dijo el apellido de mi familia biológica. El hijo de ella, de hecho, vivía ahí, en Paraguay, y fue él el que se acercó al registro de personas de allá y confirmó que ahí estaba anotada: era la más chica de doce hermanos”. Matilde pasó de ser toda su vida hija única a enterarse que tenía once hermanos más.
Pero lo que siguió a esa noticia no fue un reencuentro cargado de emoción como pasaría en cualquier película. Matilde todavía no tenía su documento y, ahora, tampoco tenía su residencia legal: para el Estado era una ciudadana ilegal.
“Cuando el hijo de la señora de Brasil me mandó los papeles que había conseguido en el registro de Paraguay, fui a Buenos Aires, esta vez con toda mi familia, para finalmente hacerme la documentación paraguaya. Tuve que volver a los meses para ir a buscarla, pero cuando fui me dijeron que me faltaban los antecedentes policiales. Por lo que tuve que volver a hacer ese trámite. No terminaba más”. Y no terminó. “Cuando volví con los antecedentes, que obviamente no tenían nada de mí, ¿qué me faltaba? ¡La entrada al país! ¿Y cómo iba a tener la entrada al país si no tenía identidad?”.
Esto no solo se lo preguntó al personal de Migraciones. Un día abrió su Facebook y vio una publicidad del presidente Mauricio Macri, a quien le escribió un mensaje privado por esa red social. “Al tiempo me llegó una carta, de Migraciones, con un fecha límite para hacer los documentos porque si no me expulsaban del país”, recuerda con angustia.
“Una pena. Pudiendo hacer todo trucho, nosotros, mi marido y yo, dijimos que no, que nosotros no somos así e hicimos las cosas bien. Pero los de Migraciones vinieron a mi casa dos veces, para verificar que todavía estaba ahí. Yo les dije: acá están mis hijas, no me voy a ir a ningún lado. Pero el año pasado mi marido me dijo que vaya a Paraguay y haga la entrada legal, que otra no nos quedaba. Así que vendió la moto y me compré los pasajes. Fui y vine en el día, estuve solo dos horas en Paraguay“.
Varias semanas antes de ese viaje, Matilde había contactado por Facebook a algunos de sus hermanos y se había presentado. También les había avisado que iba a viajar y coordinaron encontrarse.
El 26 de septiembre de 2018, cuando viajó en colectivo a Paraguay, siete de los once hermanos fueron a buscarla a Encarnación y se vieron después de 33 años. “Me fueron a buscar a la estación y fuimos a Ciudad del Este, porque ya no vivían en el pueblo donde nací. Algunos se pusieron a llorar, pero para mí fue muy difícil. Si bien sé que son mi familia, después de tanto tiempo, de tantas cosas, es difícil sentir que son familia”, cuenta, mientras juega con la servilleta de un café del centro marplatense.
A un breve silencio, le siguieron palabras que fueron pensadas para no herir pero tampoco para mentir: “No sé cómo explicarlo, pero no me pasó lo mismo que me pasa cuando abrazo a mis hijas. Es diferente”.
Matilde con dos de sus hermanas, en el reencuentro que demoró 33 años.
Así las cosas recuerda que la pasó bien. Que estuvo dos horas charlando con sus hermanas, a las que vio parecidas a ella, y tras la despedida, hace ya más de un año mantiene contactos esporádicos por WhatsApp. También cuenta que hizo la pregunta que se hizo durante los cinco años de búsqueda: “¿Por qué no me buscaron?” Y la respuesta finalmente llegó: “Me contaron que a ellos les dijeron que yo había muerto”. Para Matilde, sus papás biológicos, ya fallecidos, la vendieron.
Su vuelta a Mar del Plata fue tranquila. Antes de salir del país ya había pagado la multa por permanencia ilegal de $950, por lo que su regreso fue sin sobresaltos. En su paso por la frontera, obtuvo el papel que tanto buscaba: su entrada al país donde había vivido la mayor parte de su vida.
“Cuando volví lo primero que hice fueron los documentos para las chicas, pero siempre faltaba algo: se me había vencido el antecedente policial y me pedían, también, un documento de extranjero, que logré tenerlo en enero de este año”, cuenta. El esfuerzo tuvo sus frutos: en septiembre la jueza de Familia, Adriana Rotonda, ordenó la rectificación de nacimiento de sus hijas, trámite que ya está iniciado.
Ya no hay café en las tazas que están sobre la mesa, el grabador marca que la última pregunta del día se hace a una hora y diez minutos del inicio de la charla.
– ¿Por qué quisiste contar tu historia?
– Porque pasé por mucho y estoy segura que no soy la única. Quiero que la gente sepa y que estas cosas dejen de suceder. Contarlo es, para mí, cerrar un largo ciclo. A mí me arrancaron mi identidad, me quitaron la posibilidad de tener hermanos, tíos. Todo. Me regalaron. Pero acá estoy, con mi familia.
Matilde está acá, en Mar del Plata, con su familia y ahora, también, con la verdad.